Warwick
es un monstruo que acecha en los grises callejones de Zaun. Los atroces
experimentos a los que fue sometido transformaron su cuerpo, ahora
fundido con un intricado sistema de maquinaria, bombas y compartimentos,
y ahora la rabia corre por sus venas. Aprovecha las sombras para saltar
sobre los criminales que aterrorizan la ciudad y darles caza. Warwick
se siente atraído por la sangre, y su aroma lo hace enloquecer. Nadie
escapa de él tras derramar sangre.
Aunque muchos no ven en Warwick
nada más que una bestia, en su interior yace la mente de un hombre, un
gánster que había dejado su hoja y se había cambiado el nombre para
vivir una vida mejor. Pero a pesar de lo mucho que intentó pasar página,
nunca pudo escapar de los pecados de su pasado.
Los recuerdos de
esa época destellan en la mente de Warwick antes de desaparecer, y son
sustituidos por el eco mordaz de los días que pasó atado a una mesa en
el laboratorio de Singed, viendo solo el rostro de aquel científico
loco.
Una neblina de dolor recubre el mundo de Warwick, quien no
puede recordar cómo acabó en manos de Singed... y se esfuerza por
recordar algo anterior a su sufrimiento. Operación tras operación, el
científico instaló conductos y sistemas de bombeo por su cuerpo para
inyectar sustancias químicas en sus venas, con el objetivo de todo
alquimista: la transmutación.
Singed reveló la verdadera naturaleza de su sujeto, la bestia letal oculta en el interior de un "buen hombre".
Las
sustancias que corren por sus venas potencian su regeneración, lo cual
permite a Singed alterar la forma del hombre en un proceso que no fue
precisamente indoloro, sino todo lo contrario. En uno de los
experimentos perdió una mano, pero Singed consiguió volver a unirla a su
cuerpo y aumentarla con garras neumáticas, acercando a Warwick un paso
más hacia su verdadero potencial.
Warwick sufrió la instalación
de un depósito químico integrado en su espalda y en su sistema nervioso.
Cada vez que sentía ira, odio o miedo, esta enviaba a sus venas la
furia líquida que alimenta a la bestia de su interior.
Tuvo que
soportarlo todo, corte tras corte del bisturí de aquel científico
demente. Singed le aseguraba que el dolor era necesario; que se trataba
del "catalizador" de su transformación. Las sustancias químicas podían
regenerar el cuerpo de Warwick y ayudarlo a curar gran parte del daño
físico, pero la agonía sin fin terminó quebrando su mente.
Warwick
se esforzó en recordar cualquier cosa de su pasado... Lo único que veía
era sangre. Pero entonces, oyó el grito de una niña. Gritaba algo que
él no entendía. Sonaba como un nombre.
Él ya no recordaba ni el suyo propio. Pensó que tal vez fuera lo mejor.
Y entonces el dolor lo acaparó todo de nuevo. Lo único que quedó fue la sangre.
Con
su cuerpo y su mente destrozados tras semanas en la mesa de
operaciones, Warwick resistió tenazmente el torrente de sustancias. De
sus ojos emanaban toxinas en vez de lágrimas. Al toser escupía flemas
cáusticos que caían en su pecho, chisporroteaban e incluso dejaban
agujeros hirvientes en el suelo del laboratorio. Sujeto contra el frío
acero de la mesa, Warwick se retorció agónicamente durante horas hasta
que su cuerpo finalmente se rindió.
Al presenciar la muerte
prematura de su sujeto, Singed se deshizo del cuerpo en un osario del
sumidero de Zaun, y sin demora comenzó a planear el siguiente
experimento.
Sin embargo, la muerte demostró ser el verdadero
catalizador necesario para la transformación de Warwick. Mientras él
yacía sobre un montón de cadáveres, perdiendo el calor corporal que le
quedaba, las sustancias químicas finalmente pudieron cumplir con su
cometido. El depósito anexo a su espalda comenzó a bombear.
Su
cuerpo se contorsionó de forma antinatural; sus huesos se curvaron y
crujieron, sus tendones se desgarraron y después se regeneraron con un
brillo alquímico, y la carne muerta dio paso a algo nuevo y poderoso.
Entonces su corazón comenzó a latir de nuevo, y no quedó nada del hombre
o de su vida anterior.
Despertó hambriento. Le dolía todo. Solo importaba una cosa.
Necesitaba sangre.
Primero
fue la sangre de un buscador del sumidero que trataba de encontrar algo
de utilidad entre los cadáveres del osario. Después fue una sacerdotisa
de los Gloriosos Evolucionados que se separó de los suyos. Después un
aprendiz de Piltover que había tomado un atajo, y un comerciante con
máscara respiratoria que intentaba eludir a una banda, y a un traficante
de vino, un comerciante que iba puerta a puerta, un gamberro químico...
Estableció
su cubil cerca de un lugar que resonaba en el fondo de su mente animal.
Y la matanza continuó, sin importarle quién acababa en sus garras.
Mientras la sangre goteaba de sus dientes, él no sentía nada, solo una
mancha roja en su consciencia. El hambre superaba cualquier otro
sentimiento que pudieran despertarle aquellas víctimas aleatorias.
Sin
embargo, cuando se abandonó a la bestia, comenzaron los destellos de su
pasado. Vio a un hombre con barba reflejado en los ojos de un mendigo
antes de rajarle la garganta. El otro hombre parecía serio y tenía un
toque familiar; sus brazos estaban repletos de cicatrices. A veces,
cuando se alimentaba de miembros de bandas que se habían alejado de los
suyos, el destello de los cuchillos le hacían recordar la imagen de una
hoja ensangrentada. La sangre llegaba hasta sus manos. Y de sus manos
pasaba a todo aquel que tocaba. A veces volvía a recordar a la niña.
Y la sangre seguía ahí.
Se
dio cuenta de que siempre había estado ahí, y que nada de lo que
hiciera podría evitarlo. Había dejado tantas cicatrices a su paso que,
aunque no pudiera recordar su pasado, la ciudad lo haría. Al mirar a los
criminales de Zaun (jefes de bandas, asesinos y ladrones) a los ojos,
se veía a sí mismo. El depósito de su espalda inundaba de odio su
cuerpo. Bajo sus garras ya no había dedos.
Se entregó a la caza.
Asesinar
indiscriminadamente ya no le satisface, así que ahora da caza a quienes
están manchados de sangre. Tal como el día que fue arrastrado hasta la
puerta de Singed.
Todavía se pregunta si este es el resultado que
él quería. No puede recordar detalles, pero recuerda lo suficiente.
Suficiente para saber que Singed tenía razón; que el "buen hombre" era
una gran mentira, y que el desastre había revelado la verdad.
Él es Warwick. Es un asesino.
Y hay tantos asesinos por cazar...
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